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Malinalco: crisol de los guerreros mexicas

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Un verdor indómito inunda faldas y laderas, valles y cumbres. El fulgor de su colorido regocija nuestra vista al acercarnos a Malinalco. Este antiguo santuario se erige en los acantilados de un macizo situado al Noroeste del pueblo que lleva el mismo nombre. Antaño, en este sitio se conocían los secretos de los astros, las plantas y tal vez del alma humana, Arcanos de sabidurías hoy olvidadas que al llegar los europeos clasificaron de hechicería y mandaron destruir de inmediato. Su saber se ha perdido casi por completo, o por lo menos eso parece, a juicio de nuestras miradas profanas que se acercan con respeto para intentar levantar un resquicio de su velo. Lo cierto es que en cada casa, en cada calle, en la mirada de las personas que se cruzan en el camino, en su historia, en su aire, en cada rincón del frondoso bosque subtropical de Malinalco se percibe la potencia vivaz de una naturaleza preñada de vida, por lo que no es extraño que en algunas opiniones Malinalco sea el lugar de la magia… de la transmutación.

Vamos a intentar retratar la inmensidad de este pequeño lugar en unas cuantas líneas. Lo haremos desde dos puntos de vista: uno el arqueológico, tomando como referencia el templo más emblemático de su composición arquitectónica y dejando para futuros escritos el resto de las secciones, no menos interesantes. Por otra parte, echaremos un vistazo desde lo mitológico, que siempre guarda, vestidas de símbolo, claves no reveladas por el conocimiento racional. En este ámbito nos aventuraremos a proponer algunas hipótesis de interpretación y, disculpándonos desde ahora por las omisiones y errores que seguro se cometen, diremos que no es otra la intención de este artículo que la de compartir la fascinación que ha supuesto para el que escribe conocer Malinalco como una puerta de entrada a la prolífica cosmovisión del México antiguo.

En cuanto al sitio arqueológico, está compuesto de cinco templos dispuestos para aprovechar la explanada robada al risco, acrecentada en su día con la laboriosa adecuación de terraplenes que le dieron más amplitud. En todo el conjunto se puede apreciar una esmerada técnica constructiva y las sabias manos de un pueblo que pretendió, como tantos otros, levantar sus mejores monumentos para fines espirituales.

A primera vista, la protagonista es la llamada «estructura I», por su relevancia arqueológica, antropológica y por ser la insignia de este santuario. Se la compara con otros tantos monumentos líticos que alrededor del mundo han sido excavados directamente en la roca como Petra, Abu Simbel, etc., pero parece ser que este es singular en el área mesoamericana. Su sección semicircular, la entrada en forma de boca de serpiente, la lengua bífida tallada en alto relieve que sobresale en la puerta a modo de alfombra y su interior, esculpido en la montaña, con un jaguar y tres águilas presidiendo el volumen, comunican de modo inmediato al visitante la finalidad mágico-ritual para la cual fue creado por aquellos hombres y mujeres de antaño. Sabemos que aquí se celebraban las ceremonias de iniciación de los Ocelotelcuahutli (ocelotel=jaguar y cuahutli=águila), sublimación de las dos vías del desarrollo y realización en el arte de la guerra. Lo habitual era que cada uno transitara las fases de la formación guerrera bajo uno de estos dos aspectos del rol masculino, águila o jaguar, sin embargo, en las etapas superiores, algunos lograban reunirlos en uno sólo. En ellos se unificaban el cielo (el águila) y la tierra (el jaguar), el día y la noche, el plasmador y el conquistador, la fuerza conservadora y la progresista, una dualidad dinámica que se armonizaba mediante la iniciación final, voluntad e inteligencia sintetizadas en el guerrero sagrado. Durante las ceremonias se constataban los grados de los que iban a ser máximos representantes de las culturas que un día poblaron estas tierras. Allí se celebraban los últimos pasos del tránsito y el nombramiento final de los verdaderos herederos de una tradición que se pierde en las brumas del tiempo. Hombres como el emperador Moctezuma o el mismo Cuauhtemoc, último dignatario azteca del vasto imperio que regó esta civilización, fueron iniciados aquí a los grados superiores del sendero de la guerra interior. 

Para cumplir su función, y ya que estas culturas vivían «mirando al cielo», el templo está orientado con una desviación de medio grado respecto del sur astronómico. Según las investigaciones del arqueoastrónomo José Galindo Trejo, realizadas in situ en la década de los noventa, si tomamos el eje de simetría que claramente marcan las cabezas del águila y el jaguar centrales, la desviación con respecto al sur verdadero es mínima. Hay que hacer notar al lector la dificultad que implica calcular, previamente a la construcción, una exactitud tal. Por lo que parece, esta ciencia era conocida por quienes horadaron este santuario en la roca. Esto nos da una idea de su precisión constructiva, pero además nos sugiere que, tal y como ocurre en otros lugares estudiados mediante esta nueva rama de la arqueología, la arqueoastrología, el sitio posee un objetivo concreto relacionado con el Sol y el solsticio de invierno. Si nos aferramos a los pocos conocimientos que tenemos, desde la mentalidad trascendente de estos pueblos, es en este momento cuando el Sol lucha contra las tinieblas en el día más corto del año. Para destacarlo, un rayo de luz iluminaba a la hora exacta de las 12:40 a.m, la cabeza de la escultura de águila que se encuentra en el centro de la sala. Allí era donde se colocaban los aspirantes que iban a recibir su grado e iniciación. Es como si ellos, en un último combate acompañando al astro rey, tuvieran que constatar de esta forma simbólica su nivel ante la jerarquía cultural-social y salir victoriosos. Aunque es tema para otro artículo, hay que mencionar que solamente podían acceder a estas ceremonias quienes habían vencido al Nekok Yaotl (el guerrero en sí mismo) en el Yaotlali (la tierra de la guerra sagrada). Esto probaría que al margen del grado social se requería un alto nivel de desarrollo interior pues esta exigencia era condición sine cua non. Hoy día el fenómeno astronómico no puede apreciarse pues se han colocado techados con visera para proteger la construcción y ésta provoca una sombra perpetua en el interior del recinto.

Pasemos ahora al aspecto mitológico que de modo velado nos trasmite algunas claves para comprender el origen y función de este emplazamiento. No puede dejar de tenerse en cuenta que el relato que resumiremos a continuación ha pasado por el tamiz condicionado por la corriente religiosa imperante en los últimos quinientos años. Por ello se ha velado mucho más si cabe su verdadero significado al perderse las claves para su desciframiento. Narra la tradición superviviente que Malinalxóchitl, la luna, era hermana de Huitzilopochtli, el sol, divinidad principal entre los aztecas y líder de la peregrinación que este pueblo hubo de realizar desde Aztlan, el mítico lugar de las siete cuevas. En un momento dado del largo viaje, ella fue abandonada por su hermano. El motivo que se cuenta para el fraternal abandono es que esta poderosa hacedora de magia usaba «plantas ponzoñosas» y «artimañas extrañas» devenidas de antiguas artes, con las que vencía a los enemigos o los embaucaba haciéndoles caer en las redes de su influencia. Fue un día cuando se estaba bañando, o durmiendo según la versión, que el gran grupo de Hizilopochtli la habría dejado abandonada a su suerte. Sigue contando la historia que no quedó sola, pues la acompañaron unos cuantos incondicionales. Juntos llegarían al sitio de Texcaltépec, que así era el nombre anterior de lo que conocemos hoy como Malinalco. La maga se uniría allí con el rey Cimalcuahutli («escudo-águila») quien depositaría en sus entrañas la semilla de un hijo. El niño nació y se crió en aquellos parajes, bajo los auspicios y enseñanzas de su madre. Cuando el vástago creció y tomó conciencia de la afrenta de la que había sido objeto quien le dio a luz, tomó firme resolución de venganza, empresa que acometió apenas tuvo fuerzas para enfrentarse a su tío, a quien fue a buscar hasta Chapultepec, bosque elevado que forma parte del Distrito Federal de México y que fue primer asentamiento Azteca. Algunas versiones cuentan que acudió el mismo Huitzilopochtli, otras que envió a unos sacerdotes guerreros al encuentro, pero lo cierto es que Copil, el hijo de la señora de Malinalco, fue vencido, decapitado y descorazonado. Allá donde cayó su cabeza, brotaron unos manantiales de agua cristalina que dieron vida a su alrededor. El sitio es conocido aún como Acopilco (lugar de Copil). Su corazón, de otro lado, fue lanzado al centro del lago, sobre un roca de tepetate entre los cañaverales. Allí brotó un nopal, encima del cual un águila devorando a la serpiente se posaría más tarde, augurio fundacional de la gran Tenochtitlán y emblema que ondea en la actual bandera mexicana.

Haciendo una primera lectura de este mito y teniendo en cuenta los aspectos básicos del simbolismo de la cabeza como elemento divino dentro de nuestra anatomía, podemos entender que desde la visión simbólica, en ella se aposentan las potencias espirituales al ser la parte más elevada, de forma circular, donde se crean las ideas y residen los sentidos. Muchas culturas realizaban decapitaciones rituales post mórtem con la intención de preservar la esencia más elevada del individuo que había habitado el organismo en cuestión. Los cráneos eran expuestos en los templos o lugares públicos como ahora lo son algunas partes del cuerpo de los santos en las iglesias. La creencia era que su presencia beneficiaba la transmisión de las ideas más elevadas que rondaron a estas personas durante su vida. Hay quien argumenta que los Tzompantli (muros de calaveras) poseían una función análoga a la descrita.

Hay autores que al quitar los velos con los que se viste la verdad al convertirse en mito, han visto en esta narración el traspaso de una cultura matriarcal−lunar a otra patriarcal−solar, pues de modo similar se encuentra en otras culturas. Otros creen que expresa veladamente el olvido o separación por parte del pueblo Azteca de los más ocultos y ancestrales conocimientos de su raza y la continuación de su viaje con «un algo» abandonado en el camino, como si se hubiera perdido la esencia de su sabiduría simbolizada por Malinalxóchitl. Lo cierto es que, como hemos visto antes, en Malinalco encontramos uno de los más importantes centros de conocimiento del área de influencia azteca, por no decir de todo el Anauhac. Así, como última hipótesis queremos proponer que lo que revela el mito es la fundación de un centro de iniciación y enseñanza para los pueblos del Cem Anauhac (la totalidad rodeada de agua). Sobre el fruto de Malinalco (Copil), se pondrían las bases para la fundación y mantenimiento de la cosmovisión de México. Si el eje de la relación entre Malinalxóchitl y Huitzilopochtli se fundamentara en la versión del mito tal como nos ha llegado, donde ella representa «la hechicería», «lo demoníaco» sería incoherente que desde el principio hasta el final el santuario-escuela de Malinalco hubiera sido un centro de formación de las élites del mundo azteca y todo el Anauhac. Por tanto, sería bueno que en el futuro pudiéramos profundizar mucho más en la historia y significación de este relato.

Lo cierto es que Malinalxóchitl y su hijo Copil forman parte principal de los inicios mitológicos de la gran Tenochtitlan, la metrópoli que dominaría esta parte del mundo en los siglos previos a la invasión europea. Esta ciudad se estableció sobre la base de una tradición milenaria que, dejando paso al tiempo nuevo, depositaría lo más trascendente de su legado en las raíces de su nacimiento.

Por último, no quiero concluir estas líneas sin agradecer a Martín de Malinalco el haberme acercado a tantas y tantas cosas de esas que no se pueden encontrar en los libros. Sentados a la luz de una hoguera, con el cielo estrellado por testigo, pasamos horas penetrando el alma sin tiempo de los mexicas, para ir poco a poco desenmarañando la madeja. El desarrollo metafísico de estos pueblos alcanzó uno de los más altos niveles entre las culturas del mundo antiguo; en su mayor parte parece que se ha perdido para siempre, pero en sus hijos habita todavía el suficiente amor por su tradición como para que podamos albergar una esperanza de rescatar su esencia. Santuarios y monumentos como el de Malinalco son testigos elocuentes de su sabiduría.

Daniel Capllonch

 


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